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domingo, 6 de octubre de 2013

Los DIÁLOGOS EXTREMOS





Se dice que detrás de cada gran hombre, de un hombre importante, de un triunfador, famoso, aquel que es o ha sido “alguien” en la vida, hay una mujer, que le empuja, que le orienta, que es la base y el fundamento del éxito.

Yo no se si esa afirmación está suficientemente comprobada y es universal. No tengo la menor estadística para apoyarla o no. Pero, ahí está, como otras tantas cosas que se extienden y se institucionalizan.

Lo que si es bien cierto es que delante, antes de cada persona, hombre o mujer, siempre ha habido una mujer especial, importante, única: la madre. Todos los humanos hemos tenido una madre que vino al mundo antes que nosotros y nosotros hemos venido al mundo gracias a ella…..con la ayuda, naturalmente, de un padre.

Pero la madre nos ha llevado dentro.


Es cierto que la madre nos ha precedido en la vida y también es bastante frecuente, o mejor, muy frecuente, que la madre “se va”, deja la vida, antes que el hijo. Es ley de vida: una generación tras otra, generalmente.

Pues bien: no es precisamente éste el caso de JESÚS de NAZARET:

Tuvo una madre, cierto.
Cierto que la madre le precedió.
Pero, ¡ay!, también es cierto que JESÚS murió antes que su madre, y que murió en presencia de ella, y de una muerte trágica, consecuencia de una tremenda injusticia, un auténtico asesinato premeditado, organizado, incluso “legalizado” según la atroz ley judaica.


El sumo sacerdote reanudó el interrogatorio preguntándole:

¡ Te conjuro por Dios vivo a que nos digas
si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!

JESÚS contestó:

-Sí, yo soy.

EI sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:

-Ha blasfemado, ¿que falta hacen mas testigos?
Acabáis de oír la blasfemia, ¿Que decidís?

Contestaron ellos:

-Pena de muerte.
(Mateo, 26, 57-68)

Y también es cierto que ya deshecho, desangrado por la cabeza, pies y manos y por el costado, esa madre fue la primera persona en recoger el cuerpo inerte del Maestro para darle sepultura.




Pues bien: sobre esa madre, llamada MARÍA, y sobre lo que de ella se recoge en los Evangelios, es lo que pretendemos analizar aquí:

·        ¿Cómo era aquella mujer?
·        ¿Cómo desarrolló su papel de madre en dos momentos clave?
·        ¿Cómo viviría y soportaría la evolución del drama de su hijo y su trágico final?


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La primera realidad que nos llama la atención en la comunicación Madre/Hijo, es que en los dos extremos de la trayectoria vital de JESÚS, su nacimiento y su muerte, está presente la relación entre ellos: en ambos casos existe un breve diálogo, comunicación, intercambio de sensibilidades. JESÚS se comunica con su madre en ambas circunstancias.



Veamos:

El principio y el fin de JESÚS están íntimamente vinculados a su Madre.

En el primer caso, en el origen, en el nacimiento, la cosa no es nada extraña, es normal y habitual en la casi totalidad de la vida humana.

En el otro extremo, la muerte, la situación ya es más insólita, especialmente en alguien que muere ajusticiado, en presencia de mucha gente y custodiado por soldados.

Pero entre ambas comunicaciones hay un abismo de sentimientos.



El nacimiento de JESÚS sería como habitualmente ocurre:

El niño, ya crecido dentro de la madre, desea la vida, necesita salir a la luz.

La madre tiene dolores, sufre,…….pero está deseando el acontecimiento.


El niño nace…..y naturalmente, llora. Está abandonando su “hogar”, un lugar cálido
en el que se ha ido formando….y sin saber cómo, brota a un mundo nuevo, aparentemente hostil.



Pero, muy pronto, está en otro mundo igualmente cálido, conocido, acogedor, ¡si es casi el mismo! ¡Es conocido….! Está en brazos de alguien, alguien que no es extraño….la situación es incluso mejor que antes, y prueba de ello es que el niño deja muy prontamente de llorar, se le colorean los mofletes y entra generalmente en un plácido sueño, reparador del cansancio por el esfuerzo realizado.





Tras los dolores del parto, la ansiedad, la angustia, el inevitable miedo de que algo salga mal….mezclado todo ello con los esfuerzos para ayudar al niño a ver la luz, tras todo ello y una vez comprobado el feliz resultado, al acoger al bebé en sus brazos, también viene el sosiego, el semblante de la madre, ya relajado, refleja una nueva felicidad derivada de todo ello y esencialmente de ”ser madre”.


Un proceso bastante sencillo y hermoso: dolor y esfuerzo…..y después, paz y felicidad.


Nosotros hemos sido padres y no sabría describir igualmente esos momentos. Pero yo, el padre, he estado presente en el nacimiento de mis hijos. Y las cosas pasan aproximadamente como las he descrito y como habrán visto y sentido, en general,  todos los que en el mundo han sido.


A esto hemos querido llamar aquí “el primer dialogo” entre madre e hijo, aunque no tenga lugar mediante palabras. Es una sencilla comunicación que no necesita mayor expresión.


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Imaginamos que esto es, más o menos, lo que ocurriría entre MARÍA y JESÚS.


En conclusión lo que queríamos expresar es que este primer diálogo fue un paso del dolor,
“los dolores del parto”
a la alegría y a la paz interior mutua.


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Pero, atención, todo lo contrario respecto del último dialogo:


allí se pasó del dolor, del sufrimiento a la muerte del hijo y
a la aflicción, desolación y tristeza de la madre.


El arco de la vida de JESÚS se desarrolla entre estos dos momentos:


Su “llegada” a los brazos cálidos, amorosos y acogedores de su madre,……y la “salida” elevado en la cruz, aborrecido, odiado y escarnecido por sus verdugos, y su madre “rota” al pie del madero. 

En este final de la tragedia, el dolor de la madre no va seguido de la paz y felicidad presente en su nacimiento, en su “llegada”. Aquí no parece haber sitio más que para el dolor, la tristeza sin límites, quizás la desesperanza, y, por supuesto, la incomprensión ante el por qué de esa atrocidad con su hijo.



Ya lo había pronosticado el anciano Simeón:


Cuando llegó el tiempo de que se purificasen, conforme a la Ley de Moisés, llevaron a JESÚS al Templo de Jerusalén para presentarlo al Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un cierto Simeón, hombre honrado y piadoso. El Espíritu Santo estaba con él y le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor.

Impulsado por él Espíritu, fue al templo.

Simeón tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, despides a tu siervo en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador……..

……y dijo a María, su madre:

-Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten.
Será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón.
(Lucas, 2, 22-40)



¿Era para esto para lo que le anunció el ángel que era la elegida?

¿Podemos imaginar lo que sentiría MARÍA a los pies de la cruz…….
experimentando en sí misma la agonía del hijo?

…..una espada te traspasará el corazón”



Y, de repente, las palabras del hijo, el diálogo final, que no es sino un monólogo del Maestro, pues nadie respondió a sus palabras, y menos su madre, a quien le sería imposible emitir palabra alguna:


Estaban junto a la cruz de JESÚS su madre, la hermana de su madre María de Cleofás y María Magdalena.

Al ver a su madre y a su lado al discípulo preferido, dijo JESÚS:

—Mujer, ése es tu hijo.

Y luego al discípulo:

—Esa es tu madre

Desde entonces el discípulo la tuvo en su casa.
(Juan, 19, 17-27))


JESÚS tiene las últimas palabras, la mínima energía que le queda, para preocuparse por su Madre y encomendarla a Juan. Es la despedida.


Este es el que llamamos el “último diálogo”.




E inmediatamente después, la muerte:


Después de esto, sabiendo JESÚS que todo estaba terminado, y para que se cumpliese la  Escritura, dijo:

-Tengo sed.

Había allí un jarro con vinagre. Sujetando a una caña de hisopo una esponja empapada en vinagre, se la acercaron a la boca. Cuando tomó el vinagre dijo JESÚS:

-Todo está terminado.

Y, reclinando la cabeza, entregó el espíritu.
(Juan, 19, 28-30)


Difícil de imaginar la rotura del corazón de la Madre al recibir en sus brazos el cuerpo del hijo desnudo, (como al principio), roto, inerte, completamente diferente al bebé que 33 años antes había tenido asimismo en sus brazos.

Tremenda paradoja de la vida de un hombre, entre un principio y un fin, y en medio los años de una vida “HACIENDO EL BIEN” (Carta de Pablo)……¿Para qué?.....podría preguntarse la madre. ¿Tendría para ella alguna explicación, alguna justificación, algún sentido?


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Dos momentos extremos, dos sensaciones, dos diálogos.

Primer dialogo: sin palabras.
Último dialogo: también sin palabras.


Entre estos dos momentos o incluso entre estas dos “sensaciones” de la madre, bien diferentes entre si, el bebé lleno de vida en sus brazos y el desolador final, el hijo-hombre inerte también en sus brazos, hay todo un recorrido, el de la biografía de JESÚS, en la que aparecen muy pocas referencias a su madre, por supuesto infinitamente menos de las que toda una vida entre madre e hijo pueden dar de si.


Los Evangelios son breves, escuetos, parcos, lacónicos y diríamos que, a veces, hasta un poco “secos”.


En nuestro libro:



 Hemos recorrido los escasos pasajes en los que se habla de MARÍA,  intentando descubrir lo que de esta Madre se puede encontrar ahí.



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Nos vamos a permitir un breve final.



Hace unos días llegó a nuestro ordenador un correo enviado por una buena amiga del Blog: nos adjuntaba una magnífica presentación, (Microsoft power point), sobre la escultura “LA PIEDAD” de Miguel Ángel, que se conserva en la Basílica de San Pedro en Roma. Esta extraordinaria obra, que en realidad es un “descendimiento” de JESÚS, muestra el cuerpo inerte y yaciente del hijo, recién bajado de la cruz y recogido en brazos de la madre.

No nos resistimos a invitaros acceder a esta presentación, (música e imágenes), y contemplarlo antes de seguir adelante.

Para ello, pinchad en 

La Piedad de Miguel Ángel


Y después el VIDEO lo tienes abajo, a la izquierda, como un pps o documento ADJUNTO.









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